Los agujeros negros no emiten luz propia, pero las estrellas que orbitan a su alrededor y la materia que devoran nos dan pistas sobre cómo son estos gigantes del universo. Sobre Sagitario A*, el agujero negro que habita en el centro de nuestra galaxia, hemos aprendido mucho estudiando las órbitas de estrellas que se mueven a su alrededor. Esas estrellas describen órbitas muy peculiares alrededor de… nada, nada que podamos ver o emita luz u otras radiaciones observables. Pero esas órbitas solo se pueden explicar si aceptamos que en esa región existe un objeto invisible, muy compacto y con una masa comparable a la de cuatro millones de soles.
Hoy la colaboración del Telescopio del Horizonte de Sucesos (EHT) nos muestra las primeras imágenes de la región en la que se concentran esos 4 millones de masas solares. Como ya sucedió con su anterior anuncio en abril de 2019, donde presentaron las primeras imágenes del agujero negro supermasivo de la galaxia M87, lo que nos muestran ahora también es compatible con lo que la teoría de Einstein nos dice sobre cómo deberían ser los agujeros negros. Alrededor de una mancha oscura, de la que no sale luz, observamos un disco luminoso de materia a altísima energía. Se trata de un disco de acreción, algo así como los anillos de Saturno pero compuestos de materia nuclear a altísima temperatura que se ha ido acumulando alrededor del objeto central (agujero negro) y que espera a ser devorada en algún momento. Es gracias a esta materia incandescente, que se mueve a altísimas velocidades atraída por el objeto central, que podemos observar la región oscura central que corresponde al agujero negro.
Si de los anillos de Saturno solo podemos ver la parte que hay entre el planeta y nosotros, porque la otra parte queda oculta detrás del planeta, en el caso de Sagitario A* la intensa gravedad consigue curvar los rayos de luz (y las ondas de radio y los rayos X) de tal manera que todo el disco de acreción es visible, tanto su parte más próxima a nosotros como la que queda detrás, como la parte de arriba y también la de abajo. La imagen resultante muestra efectos ópticos y deformaciones que son compatibles con lo que cabría esperar de la intensa gravedad generada por un objeto de 4 millones de masas solares. La luz se puede curvar por la gravedad y las imágenes muestran esa curvatura en su máximo esplendor.
Observar por primera vez la imagen de las masas incandescentes que orbitan en las regiones más próximas al agujero negro de nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, es un lujo que la historia nos ha reservado. Este es un gran ejemplo de los logros que la humanidad puede alcanzar trabajando juntos en paz y armonía. Es necesario utilizar con gran ingenio un conjunto de ocho antenas aisladas distribuidas por el planeta para combinar sus señales y producir el equivalente a lo que observaría una antena del tamaño del planeta Tierra. Una vez logrado ese hito histórico hay que ser aún más audaz, cuidadoso y paciente para acumular suficientes datos y así poder reconstruir la imagen que hemos podido contemplar hoy.
Más allá de su calidad artística, pues a todos nos emociona observar un plasma incandescente que será devorado por un agujero negro supermasivo, esas imágenes contienen información valiosísima de carácter científico que nos ayudarán a entender mejor las propiedades de la materia en condiciones extremas de presión y temperatura. También podremos poner a prueba nuestras teorías físicas sobre la materia y la gravedad, pues una cosa es que lo que vemos se parezca a lo que esperamos y otra es que sea exactamente eso. La ciencia de precisión es fundamental para hacer progresar el conocimiento. Tener el valor para arriesgarse a iniciar exploraciones de este calibre está solo al alcance de unos pocos. La colaboración EHT es el resultado de una audaz combinación entre ideas arriesgadas y un trabajo de precisión del máximo nivel, implementado por unas 300 personas trabajando codo a codo, día y noche, durante años.
Las imágenes que nos trae hoy el EHT son sorprendentemente parecidas a la que mostraron en 2019 del agujero negro de la galaxia supermasiva M87. Aunque aquel objeto es unas mil veces mayor que el observado hoy en la Vía Láctea, su parecido con nuestro ‘pequeño’ agujero negro muestra la universalidad de los principios físicos que describen estos objetos.
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