El estudio sobre la naturaleza y el universo nos ha permitido avanzar enormemente en la comprensión de nuestro entorno, de lo nanoscópico a lo cosmológico, y a establecer un cuerpo de conocimientos, de cultura científica, que ha contribuido a nuestro progreso y desarrollo como especie en nuestro planeta. Pero, unido a ello, también nos ha permitido identificar una serie de riesgos y peligros que eran desconocidos para nosotros y pasaban totalmente desapercibidos. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la radiactividad, con la identificación del papel de los virus o las bacterias o, como es el caso que nos ocupa, con el descubrimiento de los cerca de 200 cráteres de impacto existentes en nuestro planeta, los de la Luna y los de otros cuerpos planetarios de nuestro sistema solar (Mercurio, Marte, Europa, Ceres, Plutón, etc.).
En paralelo al hallazgo de todas estas “estructuras impactogénicas” en los registros geológicos, se ha descubierto también que se deben a la llegada a la Tierra de objetos de grandes dimensiones, que han contribuido a la modificación de ambientes, a drásticos cambios climáticos e incluso a la extinción de determinadas especies. Esto, unido a la detección de millones de asteroides que nos acompañan en el llamado Espacio Cercano a la Tierra (Near Earth Space en inglés) nos obliga a prestar atención a este tipo de eventos catastróficos, que pueden suponer un peligro para la humanidad, y a intentar estar preparados para el caso de que un objeto –principalmente asteroidal– esté en riesgo de colisión con la Tierra.
En este contexto de defensa planetaria se enmarca la misión DART de la NASA, que ha impactado contra el asteroide Dimorphos para poner a prueba si el choque de la sonda contra este objeto conseguirá desviarlo, aunque sea ligeramente, de su órbita. Hasta el momento, se han realizado experimentos en laboratorio relacionados con impactos, estudios de campo de cráteres y numerosas simulaciones computerizadas sobre escenarios representando diferentes tipos de colisiones. Pero es la primera vez que se realiza una misión con el fin de desviar al asteroide, no destruirlo.
El objetivo de DART ha sido un sistema binario que se encuentra a unos 11 millones de kilómetros de la Tierra. Este sistema está compuesto por el asteroide Didymos –de unos 780 metros de diámetro– y de Dimorphos –de aproximadamente 160 metros–, que orbita al objeto primario anterior. La nave espacial, cuya velocidad era de 23.000 km/h, ha impactado contra Dimorphos para cambiar su órbita dentro del sistema binario. El efecto de la colisión permitirá obtener una información crucial para comprender mejor cómo se produce la desviación, si es que esta ocurre. Otro satélite artificial, LICIACube, tiene como misión capturar imágenes del choque, del cráter generado y de la nube de material eyectado.
Hemos sido testigos de una misión única y fundamental de tipo astrofísico y astrogeológico, que no reviste peligro para la Tierra y de gran importancia para comprender cómo actuar en el futuro en caso de que nos encontráramos en una situación de riesgo y de peligro de impacto asteroidal.
Hace unos años fui representante de España en el programa IMPACT de la European Science Foundation y autor y director científico del Informe Técnico de Alto Nivel para el actual Departamento de Seguridad Nacional de Presidencia de Gobierno sobre este tipo de colisiones. Ojalá hubiéramos podido disponer de los datos que, si todo va bien, nos ofrecerá esta misión. Un proyecto de importancia científica y social para toda la humanidad que nos ayudará a estar preparados y a precisar cómo defendernos en caso de que en el futuro pudiéramos estar expuestos a un peligro de este tipo.
Homo Sapiens interesado por la Ciencia y la Tecnología