Ceballos y Ehrlich presentan un estudio que inspecciona la crisis de la biodiversidad (la ‘sexta extinción en masa’) desde una perspectiva novedosa: en lugar de cuantificar el número de especies que se han perdido por causa de la actividad humana, cuantifican el número de linajes de orden superior (que se conocen como géneros), lo cual equivale a ramas completas del árbol de la vida. Los resultados son alarmantes. Los autores reportan la extinción completa de 73 de estos linajes solamente en los últimos cinco siglos ―sin intervención del ser humano, la extinción de esta cantidad de linajes por causas naturales hubiese tomado unos 18.000 años―. Cuando se extinguen especies dentro de un género, otras especies del mismo género pueden evolucionar, pero, cuando se extingue el género, la pérdida de esas formas de vida es irrecuperable.
¿Por qué este estudio es una advertencia alarmante? Las razones son varias. Primero, la mutilación total de linajes no es en sí misma el problema ―la mayoría de los linajes que alguna vez existieron terminaron extintos por causas naturales―. El gran problema que revelan los resultados de este estudio es la velocidad a la que estos linajes se están extinguiendo. Este fenómeno es una prueba de que la erosión ambiental causada por la expansión de la actividad industrial del ser humano avanza a una velocidad tan acelerada que los organismos que habitan la tierra no alcanzan a tener el tiempo de adaptarse a esos cambios, lo que causa su colapso.
En segundo lugar, es importante tener en cuenta que, pese a todos los esfuerzos científicos, es posible que todavía no hayamos descubierto y catalogado más del 25 % de las especies que existen sobre la Tierra. Esto significa que estas alarmantes tasas de extinción de especies y de linajes completos podrían solo ser la punta del iceberg, y que la magnitud real de estas extinciones está ocurriendo en especies de las que no tenemos noticia y de cuya existencia nunca vamos a saber.
Por último, es preciso apreciar el hecho de que esta extinción en masa es única no solo por su velocidad, sino porque ―tal como indican los autores― es la única que ha sido causada por la actividad de una sola especie: nosotros. Es aquí donde todos debemos entender que nos cabe una cuota de responsabilidad. Cada actividad que ejecutamos cada día, como encender la luz, conducir un vehículo, tirar comida a la basura o usar un ascensor, contribuye a la erosión de los ambientes de los que todos dependemos para nuestra subsistencia. Y todos podemos contribuir un poco a mitigar esta crisis. Colectividad es el término más importante.
En definitiva, se trata de un estudio de mucho impacto, cuyas conclusiones se sostienen en los datos sobre la erosión de biodiversidad que la IUCN Red List [Lista Roja de especies amenazadas] ha recopilado durante décadas gracias al esfuerzo colectivo de científicos y organizaciones alrededor del mundo. Por lo tanto, desde un punto de vista científico, el estudio revela lo que deberíamos entender como una más de las tantas advertencias que la ciencia nos ha venido entregando durante las últimas décadas: que nuestra actividad fuera de control está causando una devastación de la vida en la Tierra.
Las conclusiones de este estudio van en línea con lo que la evidencia científica nos ha venido indicando respecto de la pérdida de especies en todas las ramas del árbol de la vida. Sin embargo, hay un detalle no menor a considerar. Cuando contabilizamos el número de especies extintas, en este caso solamente de vertebrados terrestres, sabemos que no llegan al 1 % del total de las especies. Sin embargo, el estudio de Ceballos y Ehrlich muestra que cuando contabilizamos el número de linajes completos extintos (ramas enteras del árbol de la vida) su proporción es de más de 1,3 % respecto del número total de linajes. Es decir, la magnitud de la crisis que revela este estudio debería añadir un nivel más de alarma.
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