Nadie lo vio venir. Hace una década, el 15 de febrero de 2013, justo después del amanecer en un soleado día de invierno, un asteroide de 20 metros y 13.000 toneladas irrumpió en la atmósfera terrestre sobre los Montes Urales, en Rusia, a una velocidad de más de 18 km/s.
El objeto explotó sobre la ciudad de Chelyabinsk, de la que tomó el nombre, y varios fragmentos cayeron en forma de meteoritos. Según un estudio posterior publicado en Science, resultaron dañados 3.613 edificios y la onda expansiva levantó del suelo a algunos vecinos. Más de 1.200 personas acudieron a los centros médicos con pequeñas lesiones.
No se conocía nada igual desde hacía más de un siglo, también en Rusia, cuando en 1908 estalló en el aire otro bólido en Tunguska y arrasó millones de árboles en los boques de la taiga siberiana.
En el caso del de Chelyabinsk, una roca relativamente pequeña explotó en la atmósfera a una altitud de 30 km, liberando aproximadamente medio megatón de energía (equivalente a 35 bombas del tamaño de Hiroshima).
Dos minutos después, la onda expansiva llegó al suelo y es cuando se dañaron miles de edificios, rompiendo ventanas e hiriendo a unas 1.500 personas por los fragmentos de vidrio voladores.
Amenaza de nuevos impactos
Escondidos en el resplandor de nuestro Sol hay un número desconocido de asteroides, con trayectorias que tampoco conocemos. Muchos podrían estar dirigiéndose a la Tierra y simplemente no lo sabemos.
«Asteroides del tamaño del meteoro de Chelyabinsk golpean la Tierra aproximadamente cada 50-100 años«, explica Richard Moissl, Jefe de Defensa Planetaria de la Agencia Espacial Europea (ESA).
«Las lesiones causadas por estallidos en el aire o eventos similares podrían prevenirse si se informa a las personas de un impacto inminente y los efectos previstos –añade–. Avisando con antelación, las autoridades locales podrían aconsejar a la población que se mantenga alejada de ventanas y vidrios».
Misiones de observación y defensa planetaria
Richard añade: «La próxima misión NEOMIR de la ESA detectará asteroides como Chelyabinsk procedentes de la misma región del cielo que el Sol, llenando un vacío vital en nuestras capacidades actuales para predecir y planificar impactos peligrosos».
La misión NEOMIR se ubicará en el denominado punto de Lagrange L1 entre la Tierra y el Sol. Sin ser perturbado por la atmósfera de la Tierra, su telescopio infrarrojo podrá detectar asteroides de 20 metros o más que actualmente acechan a la luz del sol.
También existe el riesgo de que un asteroide aún mayor impacte contra la Tierra desde el lado del día. Tal escenario es menos probable, ya que cuanto más grande es el asteroide, menos existen en el sistema solar y más fáciles son de detectar. De hecho, casi todos los asteroides de más de 1 km ya han sido descubiertos.
Pero como nos dirían los dinosaurios si pudieran, cuando un enorme asteroide golpea causa daños inimaginables. Afortunadamente, como ha demostrado el impacto de la nave DART de la NASA, que será analizado con la misión Hera de la ESA, ahora tenemos capacidad para desviar un asteroide de este tipo.
De hecho, con suficiente advertencia, un impacto de un asteroide es el único desastre natural que podemos prevenir. Otras agencias espaciales, como la de China, también han iniciado sus propios programas de observación y defensa planetaria contra los asteroides.
Recientemente se ha descubierto una miniluna que también podría colisionar contra la Tierra a partir de 2075, aunque su tamaño de 5 a 15 m es inferior al del asteroide de Chelyabinsk, por lo que las consecuencias de un posible impacto serían mínimas.
Homo Sapiens interesado por la Ciencia y la Tecnología